Giordano nos obliga a coger aire ante la crisis del COVID-19 yreflexionar sobre nuestra responsabilidad colectiva, porque, «entiempos de contagio, somos un solo organismo, una comunidad». Un nuevo virus irrumpe en un país lejano, aunque no tan lejano. La Tierra seha vuelto pequeña. Día tras día, billones de impulsos digitalestransportan la información a la velocidad de la luz de un punto a otro del planeta, infinidad de aviones surcan los cielos, borrandofronteras a su paso y trasladando sin pausa a millares de personas, y, a menor velocidad, miles de toneladas de mercancías se mueven entodas direcciones en un incesante intercambio mercantil que nutre laeconomía global. Y si los bienes materiales llegan hasta los lugaresmás recónditos con inusitada fluidez, con mayor celeridad aún setransmiten los elementos intangibles consustanciales al ser humano: la palabra, las ideas, los sentimientos, las emociones. Así pues, antela amenaza de un virus letal de alcance universal, una miríada deopiniones, conjeturas y teorías de todo tipo -desde aquellas basadasen el rigor de la ciencia hasta las que brotan de la fértilimaginación de iluminados y charlatanes- nos envuelve como unsofocante alud que nos dificulta ver, pensar y decidir con sensatez.En este contexto tan especial, Paolo Giordano comparte con encomiablehonestidad y valentía una serie de reflexiones y emociones que leprovoca esta inaudita situación, poniendo de manifiesto otra vez unarara virtud para aunar dos mundos supuestamente irreconciliables: lacontundente racionalidad del científico con la vulnerabilidad y lasincertezas propias de un escritor sensible y comprometido.