Nunca creí que Dios pudiera hablarme. Hasta que llegó aquella tardedel mes de Septiembre. Me hallaba en cama, resfriado y agradecido depoder quedarme un día entero sin tener que poner bloques dehormigón... Con estas sencillas palabras expresa Ken Carey su estadode ánimo previo a la gran revelación objeto de este libro.