Un joven tatuador japonés llamado Seikichi destacaba entre todos losdemás por la perfección y delicadeza de sus voluptuosos dibujosexcéntricos y sensuales. Sólo las pieles y cuerpos más atractivostenían acceso a sus agujas, auténticos aguijones expertos entransformar el dolor en arte, de tal manera que cuanto mayor era elsufrimiento infringido mejor resultaba el tatuaje. El sadismo deSeikichi, el turbio placer que sentía provocando el sacrificio de susclientes, no restaba un ápice a su fama, pero él perseguía laperfección y una obra maestra exigía un lienzo perfecto. Año tras añobuscó infructuosamente a la mujer ideal, hasta que al contemplar lospies desnudos de una desconocida comprendió que había logrado suobjetivo. Naoko Kuzano y Alicia Mariño han traducido directamente deljaponés uno de los relatos más inquietantes de Junichiro Tanizaki, que el gran pintor Manuel Alcorlo ha ilustrado magistralmente, narrandoen imágenes el amor enfermizo que el tatuador Seikichi sentía cada vez que hería el cuerpo de su joven tatuada.