«Se escribieron estos trabajos en los últimos diez o doce años. Measombra, es un decir, que la mayoría traten de los mismos escritoresque aparecían ya en entregas anteriores de esta misma serie, alguna de hace veinticinco años. Significa esto, supongo, que uno se ha movidopoco respecto de estos escritores, pero también que ellos se hanmovido igual de poco respecto de uno. Me gustaría pensar que estaspáginas son como esos cuadros que algunos impresionistas pintaban unay otra vez sobre el mismo asunto, naturaleza muerta o paisaje, por noreferirnos a aquellos que como Rembrandt o Van Gogh pintaron a lolargo de su vida incansablemente su propio rostro, con curiosidad ymodestia, dando a entender con ello que a menudo no tenían otro modelo mejor.No va a entrar uno ahora a dilucidar lo que haya o no de autorretratoen estas páginas, porque el arranque de todas y cada una de ellas fuelo opuesto, tratar de contagiar algo del entusiasmo que le produjerona uno la lectura de tales o cuales obras o el recuerdo de tal o cualescritor, a pesar de que para ello el lector de este libro haya depasar a través de mis palabras. Que yo diga ahora que me habríagustado que fuesen mejores, no serviría de nada, y me daría porsatisfecho si después de leer este libro te apresuras a leer aquellosotros de los que se habla aquí, por los que yo guardo profundagratitud, habiendo hecho que me olvidara, sobre todo, de mí mismo.¿Podría decirse algo mejor de ningún libro? Desde luego. Que tú,lector, leyéndolo, llegaras a olvidarte también de mí. Hablando declásicos de traje gris, querrá decir que salimos ganando todos.»