Marlo Morgan no tenía edad ni talante de aventurera, pero la realidadse le impuso con la fuerza y el poder que suelen trasmitirnos lasgrandes experiencias. Así fue como vivió una odisea fascinante: unviaje a pie por el desierto australiano en compañía de una tribu deaborígenes cuyas leyes de convivencia nada tienen en común con lasnuestras. El aprendizaje fue duro, pues a lo largo de esa extrañaperegrinación tuvo que desprenderse de sus antiguos hábitos y aprender distintas formas de comer, de caminar y de comunicarse para podergozar, al fin, de una auténtica comunión con la naturaleza y con esaparte de su cuerpo y su mente que ella misma desconocía.