En esta colección de textos breves pero vastos, Rubén Lardín semuestra como un acróbata desnudo degollando golondrinas con uncuchillo clavado en el costado. Irónico siempre, despiadado en más deuna ocasión y más frágil de lo que él estaría dispuesto a reconocer.Abarca poco, acaso lo imprescindible, pero aprieta mucho. Palabrasjustas pero generosas hilvanando un discurso que nace de la parte mássucia de sus tripas y resacas pero florece perfumado sobre la página.Lardín escribe como habría que escribir siempre que se quiere escribir lo que él escribe. O sea, que las clava, tanto sea cuando mira supropio ombligo como cuando mira los culos de las chicas pasar, cosaque de largo prefiere, o cuando toca lanzarle un bocado al lector, osea, siempre.