Era el cumpleaños de Pablo Andrés y decidí obsequiarle la cabeza deDaniel, perfumada y envuelta con elegancia en lustroso papel café.Supuse que le agradaría porque, como casi todo buen hermano menor,odiaba a Daniel y no soportaba ni sus ínfulas ni sus cotidianosreproches. Sin embargo, apenas tuvo entre sus manos mi regalo, PabloAndrés se sobresaltó, comenzó a temblar y a sollozar preso de unataque de histeria. La fiesta se suspendió, los invitados nos quedamos sin probrar la torta, alguien dijo son cosas de niños, y yo pasé latarde encerrado en mi dormitorio, castigado y sintiéndoseincomprendido.