EN EL ESTANQUE

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$24.813
IVA incluido
Sujeto Disponibilidad de Proveedor
Editorial:
(5) TUSQUETS EDITORES
Año de edición:
Temática
Contemporanea
ISBN:
978-84-8310-220-6
Páginas:
216
Encuadernación:
Rústica
Idioma:
Castellano
Peso:
357
Dimensiones:
210x140
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1 Shao Bin estaba harto de la comunidad en la que llevaba viviendo más de seis años, la Colonia de la Posta. Su esposa, Meilan, se quejabade que los fines de semana tenía que recorrer a pie tres kilómetrospara lavar la ropa. No sabía montar en bicicleta, por lo que Bin lallevaba en el portaequipajes de la suya hasta el arroyo Azul, pero los fines de semana de aquel mes trabajaba en la Fábrica de Fertilizantes Agosto y no podía ayudarla. Ojalá, se decía, vivieran en el llamadoParque de los Trabajadores, el recinto de viviendas de la fábrica, que se hallaba a unos pocos centenares de pasos del arroyo. Últimamente,Meilan le rezaba a Buda cada noche, y le rogaba que ayudara a lafamilia para que encontraran pronto un piso en el parque. ?No tepreocupes ?le dijo Bin el miércoles por la tarde?. Esta vezconseguiremos uno. ?¿Cómo puedes estar tan seguro? ?Nos lo tienen quedar. Soy más veterano que otros. ?Eso no es ninguna garantía. Enefecto, Bin llevaba seis años trabajando en la fábrica y, de acuerdocon el principio de la necesidad y la antigüedad en el puesto, estavez parecía que los Shao tendrían un piso nuevo, pero Meilan no sesentía optimista. ?Si yo estuviera en tu lugar ?le dijo?, les daría al secretario Liu y al director Ma dos botellas de Savia de Grano a cada uno. Tengo entendido que mucha gente los ha visitado por la noche. No deberías limitarte a esperar sentado. ?Ni hablar, no voy a gastar unsolo fen en ellos. ?Mira que llegas a ser tozudo ?susurró la mujer.Bin era un hombre de baja estatura. Había sido robusto y gozado debuena salud, pero en los últimos años había perdido tanto peso que lagente le llamaba «Saco de huesos» a sus espaldas. A pesar de sufísico, tenía talento y era arrogante. Leía más que cualquier otrotrabajador de la fábrica, y conocía muchos relatos antiguos e inclusolas aventuras de Sherlock Holmes. Además tenía una bonita caligrafía,y por ése el motivo algunas trabajadoras comentaban: «Si ese hombretuviese tan buen aspecto como sus preciosos ideogramas?» Cinco añosatrás, cuando se comprometió con Meilan, la gente, sorprendida, dijo:«Desde luego, una belleza se enamora de un hombre instruido». AunqueMeilan no era hermosa ni Bin un auténtico erudito, en comparación ella le superaba, pues tenía varios pretendientes. Desde que contrajeronmatrimonio, ocupaban una sola habitación en una residencia, propiedadde la unidad de trabajo de Meilan, los Almacenes del Pueblo, queestaba en la Vía de los Ancestros. Ahora tenía un vivaracha chiquitina de dos años, a la que apenas le bastaba el espacio de la habitación,un cubo de poco más de tres metros y medio de lado. Además, Bin erapintor y calígrafo aficionado, aunque oficialmente ejercía de mecánico ajustador. Como artista, necesitaba espacio, y lo ideal hubiera sidoque dispusiera de una habitación propia, donde pudiera cultivar ypracticar su arte, pero eso se había revelado imposible. Cada nochepermanecía levantado hasta altas horas, con el pincel en la mano y lalámpara encendida, perturbando así el sueño de la mujer y la niña. Y,además, la habitación estaba siempre saturada de olor a tinta. Amenudo, en pleno invierno, Meilan se veía obligada abrir las ventanas, pero Bin no tenía otra manera de realizar sus obras caligráfico ypictóricas. íCuánto anhelaban los Shao una vivienda digna! Bin llevaba varios días tratando de averiguar en vano si su nombre figuraba o noen la lista que estaba en poder del Comité de la Vivienda. La mayoríade sus compañeros de trabajo se mostraban cada vez más reticentes ymisteriosos, como si de repente cada uno de ellos hubiera encontradouna mina de oro. Eran mezquinos con respecto a los demás. «Ahora metoca a mí conseguir un piso», se repitió Bin el jueves por la mañana,mientras reparaba un gato hidráulico para el equipo de transporte. Lanoche anterior, las palabras de Meilan, acerca de que habíatrabajadores que sobornaban a los dirigentes, le habían causado cierto temor. Pero Bin se recordaba una y otra vez que no debía desanimarse. Por la tarde, antes de lo que Bin esperaba, fijaron la listadefinitiva en el tablón de anuncios que había en el vestíbulo de lafábrica. Bin se acercó a ver, pero no vio su nombre entre losagraciados y, como muchos otros, se enfureció. En todos los talleresse gritos airados, mientras que aquellos a los que les habían asignado una vivienda guardaban silencio. Algunos dijeron que pensaban colocar enseguida carteles con grandes ideogramas que denunciarían lacorrupción de los dirigentes. Unos pocos declararon que iban a demoler los cuatro pisos de mayor tamaño construidos para los mandos, que los volarían de noche con paquetes de TNT, pero eso no pasaba de ser unafanfarronada, habían dicho lo mismo en muchas otras ocasiones, y allínunca había ocurrido nada. En cuanto la sirena anunció el final delturno, Bin abandonó la fábrica. Pedaleó hacia su casa distraído, lacabeza cubierta por una gorra militar torcida, y la camisa blancadesabrochada y con los faldones aleteando ligeramente detrás. Noparaba d

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