Aquella noche contactó con él una mujer ofreciéndole unos honorariosmuy modestos por ocuparse de un caso, no le quiso explicar nada porteléfono, le sometió a un desvergonzado interrogatorio sobre su éticaprofesional y cuando él aceptó, se limitó a darle el nombre y ladirección del cliente. Se llamaba Cecilia Azuaga y su voz de operadora de línea erótica en pleno acto le embruteció. Por primera vez desdeque se dejó tentar por la profesión tuvo la intuición de que aquelcaso le obligaría a ser un auténtico detective, no la pantomima quehabía escenificado hasta entonces. Se veía sonsacando información alos testigos, regateando con sus confidentes, recorriendo tugurios ymezclándose con indeseables, conociendo secretos que le podrían costar la vida y que guardaría a buen recaudo en su libreta negra, haciendouso del código que tardó más de seis años en desarrollar, una genuinalabor de encriptado a la que Enigma no haría sombra.