Mishra ironiza sin piedad a costa de los que considera culpables delconstante deterioro de la sociedad india, pero también nos describecon melancólica ternura su fugaz encuentro en Kerala con un visitadormédico y su conversación sobre Thomas Mann en un café al abrigo de lalluvia, o la idílica imagen de los nómadas gaddis que siguen suinvariable rutina de trasladar los rebaños de los valles a lasmontañas. La agresiva ostentación de la ignorancia y el mal gusto delos nuevos ricos indios, con su fraudulenta imitación de los peoresmodelos de consumismo occidentales, en contraposición a formas de vida ancestrales que conservan pautas culturales autóctonas.Pankaj Mishranació en 1969. Estudió literatura inglesa en la Universidad deAllahabad y se graduó en la Jawaharal Nehru University de Delhi. Hatrabajado como editor en jefe de Harper Collins India. Colaboraasiduamente como articulista para The New York Review of Books y TheTimes Literary Supplement. Mishra es autor además de la novela Losrománticos (Anagrama, Barcelona, 2000). En la actualidad vive en Delhi y en una pequeña población a catorce kilómetros de Simla dondeprepara una obra sobre la vida de Buda.Pankaj Mishra recorre la Indiaprovinciana, las pequeñas ciudades del subcontinente que no merecenmención alguna en las guías turísticas y nos descubre un universo encambio, en algunos casos en franca descomposición. Manteniendo siempre una actitud irónica, Mishra apunta certeramente las causas deldeterioro medioambiental y del entramado tradicional de la Indiaprovinciana: el «dinero fresco», los nuevos ricos, con su agresivaostentación de la ignorancia y el mal gusto, con su fraudulentaimitación de los peores modelos de consumismo occidentales, encontraposición a formas de vida ancestrales que conservan pautasculturales autóctonas.«Los dos mundos parecían cada vez más incompatibles: atrás, la ciudad, con sus casas a medio terminar y sus antenas parabólicas, suspolíticos y empresarios arribistas, allí, en las lindes como sidijéramos, aquellos pastores que seguían practicando su milenarioestilo de subsistencia y personificaban una forma de vida satisfecha,ya casi olvidada de tan antigua. Y por mucho que uno deseara que éstalograse sobrevivir, se sabía que el encanto no tardaría en romperse, y que la fuerza bruta del cambio no dejaría de pasar por encima deaquellos últimos reductos de un mundo más sencillo y... ¿tendremos elvalor de decirlo?... más feliz.»