La cocina es, en gran parte, una alquimia que exige rigor y precisión, técnicas y métodos. Pero para mí es sobre todo un arte que conjuga los verbos recolectar, dar, entregar, congregar, vincular. En ella se juntan, en la más perfecta armonía, los sentidos: los ojos para mirar, el olfato para sentir los insinuantes aromas, el tacto para discernir las temperaturas y texturas y, por supuesto, el gusto para apreciar la infinita variedad de sabores.
La cocina es una actividad terapéutica, que en la monótona repetición de ciertos actos y el cumplimiento riguroso de los métodos cumple un rol apaciguador del espíritu.