A Aude de Tocqueville le gustan las ciudades, unos espacios a los quedefine como mundos abiertos en perpetua metamorfosis, y sobre todo legustan las ciudades en silencio, aquellas donde la imaginación puededesplegarse sin límites.Las ciudades, como si fueran personajes de una novela, nacen, crecen, viven, mueren y, por último, resucitan gracias a la presencia de los viajeros.Este atlas viaja hasta Sanzhi y Wanli, en Taiwán, un delirio nacido de promotores fanáticos del diseñofuturista, Seseña, la ciudad que murió antes de vivir, o hastaJeoffrécourt, un simulacro de ciudad surrealista en plena llanura dela Picardía francesa.
A Aude de Tocqueville le gustan las ciudades, unos espacios a los quedefine como mundos abiertos en perpetua metamorfosis, y sobre todo legustan las ciudades en silencio, aquellas donde la imaginación puededesplegarse sin límites.Las ciudades, como si fueran personajes de una novela, nacen, crecen, viven, mueren y, por último, resucitan gracias a la presencia de los viajeros.Este atlas viaja hasta Sanzhi y Wanli, en Taiwán, un delirio nacido de promotores fanáticos del diseñofuturista, Seseña, la ciudad que murió antes de vivir, o hastaJeoffrécourt, un simulacro de ciudad surrealista en plena llanura dela Picardía francesa.